Escultora de la reconocida escuela de arte de la Finis Terrae, su trabajo se articula en torno a lo manual, al acto atávico de construir sólo con las manos, sin depender de utensilios o herramientas. Así, a la manera de los mantras orientales, la autora pliega papeles y teje alambres de cobre para diseñar un universo constructivo y geométrico, donde el blanco impoluto del papel se tensiona con la presencia de colores vibrantes muy dosificados.
Dispuestas en dos planos –sobre los muros y pendiendo del cielo- las obras parecen habitar el espacio inmaculado, produciendo una suerte de métrica rítmica que remite a las partituras de música contemporánea. Es decir, la manera en que cada obra está compuesta, sigue un patrón que invita al espectador a descubrirlo, seguirlo y escuchar su sonido.