Las pinturas del autor formado en la Universidad de Chile provienen de su memoria, por eso remiten a antiguas fotografías. Y no es que se trate de imágenes fotográficas traspasadas al pigmento, sino de un imaginario nuevo que, tal como lo hace la fotografía, fija un instante de historia personal. Entonces, con una paleta vibrante y acotada, Bravo despliega escenas cotidianas de un país común, de modo que el espectador también se reconozca en ellas.
Sin embargo, como también ocurre en la memoria, las escenas y épocas se entremezclan, confunden sus límites y transgreden las normas de tiempo y espacio. Así se articulan nuevos relatos que facilitan el ejercicio de la invención y que se instalan en la imaginación del público para completar o definir la escena.