Durante la pandemia y luego de observar a sus hijos jugando con lo que tenían a mano, la autora trabajó un conjunto de construcciones escenográficas en las que utilizó lo más diversos elementos. Así, producto del ingenio y la precariedad, sumado a su formación como artista, surgió una serie de imágenes lúdicas, inocentes y misteriosas, que remiten a la estética del famoso circo de Alexander Calder.
Dispuestas en la sala como si fueran escaparates de mundos individuales, las imágenes se acompañan por una instalación a la escala real en que trabajó la autora. Es decir, lo que vemos es exactamente lo que luego se traslada a formato dimensional. Incluso, si se agudiza el ojo, puede verse que en la instalación se utilizan objetos que se repiten en las distintas escenografías.