Padre e hijo se llaman igual y ambos son destacadísimos fotógrafos cubanos. El padre, fallecido en 1992, recibió múltiples distinciones en Cuba y otros países, y su obra forma parte de la colección permanente del Museo de Bellas Artes de La Habana. En los años 80, pese a la contingencia política y social del país, realizó una serie sobre la vida en Cuba y en cómo los cubanos asumían con cierto humor las dificultades que estaban viviendo. En una de las fotos, aparece su hijo, introduciéndose por la ventana de un viejo Wolkswagen Escarabajo.
Cuarenta años después, el hijo –que también ha expuesto en los centros más importantes del mundo- utiliza el mismo automóvil para realizar una serie sobre su propia familia. Un ejercicio de memoria y nostalgia familiar que reedita la idea del viaje como acto creativo.